Capuccino, por favor // Jonathan

Cerré la puerta una vez que crucé el umbral y bajé con rapidez las escaleras del porche. ¿A dónde iba? No lo sabía. Lo único que tenía planeado era caminar y dejar que el destino me llevase a donde él quisiera que fuera.

Era una tarde cálida pero con aquel atisbo de frío capaz de calarte hasta los huesos. Aún así, los rayos del sol lograban obtener un hueco en el encapotado cielo, iluminando cada rincón de la calle. Me abroché la chaqueta y metí las manos en los bolsillos de forma casual mientras paseaba alrededor de toda la muchedumbre.

Caminé aproximadamente dos kilómetros, hasta que el frío llegaba a tal punto que obligaba a adentrarte en cualquier tienda que estuviera cerca de allí. Pude divisar una cafetería en la cual, solía matar las horas tomando cualquier cosa caliente para suprimir el frío típico de Enero.

Abrí la puerta de la cafetería y me adentré, sentí como las miradas curiosas me observaban al entrar, y simplemente me dediqué a saludar con la cabeza. Me desabroché los botones de la camisa mientras estudiaba detalladamente la cafetería, aunque prácticamente podía guiarme incluso con los ojos cerrados. Mi mirada -como la del resto de los hombres que habían en la cafetería- se posaron en una escultural figura de mujer. A pesar de estar de espaldas a mí, mis labios se curvaron lentamente hasta formar una sonrisa ladeada. ¿Cómo no conocerla?

Podía jurar que éramos uña y carne; con la única diferencia en que ella era una mujer, y yo un hombre.

Me acerqué a ella justo y me senté a su lado, sin mirarla y me centré en pedir otro Capuccino como la señorita escultural que tenía a mi derecha. - Otro Capuccino, porfavor. - pedí cordialmente y terminé por girar la cabeza, admirándola desde esa prespectiva. - No pensé en encontrarte aquí, Kaya. - comenté, sincero.

¿Existian las suficientes palabras para describir a la mujer que tenía a mi costado? Su belleza deslumbraba con una claridad casi cegadora, con la suficiente fuerza como para iluminar la cafetería entera. Y que decir de sus ojos rasgados... era imperdonable que no los estuviera viendo, pero sus labios carnosos eran igual de adictivos que su penetrante mirada felina. Y su voz... aunque más que enamorar, seducía, te atraía gustosamente hacia ella, cayendo rendido a su pies.

Nunca me cansaría de apreciarla.

- Pura casualidad. Simplemente me dedicaba a dar un recorrido, me topé con esta cafetería y aquí estoy. - respondí inmediatamente. Sentía su mirada clavada en mí, como si quisiera ver más allá de mis ojos. No me importaba, nos conocíamos, y era consciente de cuan observadora -como yo- era. Nada se le escapaba, era muy persuasiva.

En cuanto se bajó del taburete, hice exactamente lo mismo que ella. Porque sería de mala educación permanecer sentado, y porsupuesto, porque sabía su intención. Un lugar fuera de miradas curiosas era una idea bastante tentadora. - Después de tí... - le dediqué una deslumbrante sonrisa, mostrando una hilera de perfectos dientes blancos, y como buen caballero, tomé los dos Capuccinos con ambas manos con gran destreza.

La seguí hasta la mesa correspondiente, mientras mi mirada se perdía -no descaradamente- en las curvas de la mujer que tenía frente a mí. Una vez allí, dejé las tazas encima de la mesa cuidadosamente. Seguidamente, me senté al lugar que me correspondía, sin quitar la sonrisa seductora. - A todo esto, ¿tú como estás? - pregunté, ¿por qué no? con curiosidad.