Rayos, no lo soporto... ~ Jonathan

La clase había finalizado sin ningún percance de por medio, podía contar con la suerte que mi matéria lograba divertir a los alumnos, y la participación y colaboración en la clase, era de grata ayuda. Me encontraba en el salón de profesores, observando el horario escolar. Para la próxima función, necesitábamos material como colchonetas, cuerdas, pelotas..., lo típico que podíamos encontrar en el gimnasio del instituto. La función prometía ser muy interesante, y por ello, conseguir el material era bastante urgente.

El problema era la profesora de gimnasia; la inescrutable y perfecta señorita Carloynne. Es decir, mi relación con ella podía considerarse cordial y respetuosa a pesar de las pocas palabras dichas por parte de ambos. Pero aún así, el caracter complicado y la mayoría de las veces confuso se la profesora despampanante, lograba meditar acerca de establecer una conversación con ella. De todas formas, se lo pediría. No siempre estaría de mal humor, ¿no?...

Oh, claro... peor que eso. Después de darle vueltas al asunto, me encontraba en las puertas del gimnasio, observando la situación, y tanteando el terreno para no irrumpir en su actividad. Me concentré e hice caso omiso al sensual traje de deporte que se amoldaba a la perfección de sus curvas y me dediqué a escuchar su... "conversación" con el alumno. Definitivamente, la suerte no estaba de mi lado. Pero, ¿de qué tenía que preocuparme? Como bien me había recalcado una y otra vez, mi trato con ella era cordial. Si seguía dejándome llevar por los comentarios de los demás, terminaría más confuso que el mismo chico que estaba recibiendo aquel... escarmiento.

Me mantuve quieto, como una estatua observando la situación, hasta que Carolynne prácticamente hechó al muchacho de malas formas. Fruncí el ceño sin ocultar mi impresión y poco agrado, y le dediqué una sonrisa comprensiva al chico cuando éste pasó por mi lado para irse de allí. Finalmente, me dirigí hacia la banca donde la profesora meditaba sobre algo que, al parecer, le carcomía la mente, y me coloqué enfrente de ella. - Buenos días. - saludé cordialmente y saqué una mano del bolsillo para señalar la banca. - ¿Puedo? - sugerí, no quería incomodarla.

Vale, deacuerdo. No era el mejor momento para establecer una conversación con ella. Tanto la risa nerviosa que se acompasó al movimiento de sus labios, y el tono de voz al que recurrió para dirigirse a mí, me lo confirmaron. Definitivamente estaba en lo cierto; era bastante molesto que al finalizar con tu clase, alguien te empezara a hablar, y más si te encontrabas en una vestimenta que apenas tapaba parte de tu cuerpo. Era un mal momento para pedirle ese favor, pero ya no había marcha atrás.

Me dediqué a asentir con la cabeza cuando cedió a mi petición; dedicándole una ladeada y sensual sonrisa, habitual en mí, y me senté a su lado. Mi mirada escrutó el suelo mientras me dedicaba a pensar en las palabras perfectas para poder explicarme. Parecía un completo idiota.. ¿desde cuando tenía que pensar en las palabras exactas para no recibir un NO rotundo? La profesora LeVoissier prosiguió y la miré directamente al rostro, no era una buena idea fijarme más abajo. La tentación siempre era mucho más fuerte que la razón.

La señorita se disculpó educadamente, y aquello hizo que de nuevo, una instantánea sonrisa, -más suave y cómoda que la anterior- iluminara mi rostro en todos sus ángulos. Pero todavía no podía cantar victoria cuando siquiera le había comentado acerca de mi petición. - No se preocupe, todos tenemos un mal día. - comenté, para quitarle importancia a lo ocurrido, y proseguí después de quedarme en silencio por su deslumbrante sonrisa. - A... además, entiendo su situación. Es decir, venía a pedirle algo, y no le quitaré mucho tiempo. Podrá darse una ducha y todo lo que tenga que hacer... - expresé, más tranquilamente, y me pasé una mano por el cabello, en el intento de peinarme el inescrutable pelo desaliñado. Mera costumbre.

Ahora sí podía considerarme como el tío más estúpido del universo. No... todavía peor, como el mismo adolescente de diecisiete años incapaz de establecer una conversación tranquila y normal con una persona adulta; además de atractiva, cordial y madura. Mi comportamiento era vergonzoso... Me había llevado el premio al profesor idiota del año.

Tenía que arreglar la situación, explicarme mejor, dejar de lado esa tonta sonrisa que seguía pegada a mi rostro cuando mis ojos seguían recorriendo detalladamente las finas facciones de la profesora de gimnasia. Cerré los ojos con el ceño fruncido y sacudí la cabeza como minutos atrás Carloynne y solté una suave risa acompasada a las facciones de mi rostro. - Claro... amm, disculpe mi irracionalidad. - abrí los ojos y enfoqué mi mirada de nuevo en la suya - Supongo que yo tampoco tengo un buen día... - añadí, intentando suavizar el contacto con la profesora.

Sentía que quizás le estaba robando parte de su tiempo, además, ¿por qué no? parecía el típico profesor pesado de turno, que no tiene otra cosa más que hacer que tocar las narices. Definitivamente hoy no estaba nada fino. La profesora cedió a que continuara, mientras su mirada se perdía en un punto muerto del suelo, mientras jugueteaba a hacer girar el pié. Sus piernas estaban al descubierto, y por ello, tuve que hacer el esfuerzo por saltarme ese detalle y enfocar mi vista de nuevo en su rostro. - Necesito parte de su material para la próxima clase, para representar la función. Y bueno, me preguntaba si podría prestármelo. - expliqué, e intenté descifrar su expresión - Sólo son cuerdas y colchonetas... - alzé los hombros, quitándole importancia.